Existe una versión romántica sobre el ser freelance (romántica en el total sentido de la palabra), y existe luego una versión realista sobre lo mismo.

Para algunos pasar a esta modalidad fue una decisión planificada, para otros una imposición, y para otros tantos la única posibilidad de seguir trabajando.

Mi experiencia como freelance, que comenzó en 2009 de modo full-life, pasó por varios estadíos de maduración. Nunca mejor graficado el aprendizaje a los golpes.

Al cambiar a esta modalidad de trabajo fue muy fácil caer en una de las primeras fantasías del ser freelance a tiempo completo: sos tu propio jefe, sos el dueño de tu tiempo y tus decisiones; y que eso te permite escapar de la opresión del 9-to-5.

Si bien sobre este punto volveré en más de una oportunidad, en una etapa de mayor maduración, aceptemos que esto no sucederá nunca. Nada puede estar más lejos de la realidad.

Es posible que hoy día, al hablar sobre la dinámica de trabajo del freelancer, haya una pequeña mezcla con el trabajo remoto de aquellos que no lo son. Es esperable y lógico ya que de repente un porcentaje enorme de la población mundial se vio forzada al trabajo remoto.

Ser freelancer a tiempo completo es un gran ejercicio de simulación que permite comprender a pequeñísima escala cómo podría funcionar una micro o pequeña empresa o comercio. Así como ahora somos nuestro propio jefe, somos también nuestro propio socio, empleado, ayudante, crítico, problema, solución, etc.

Como no podemos multiplicarnos (no, todavía no podemos) se convierte en fundamental la selección de las herramientas adecuadas para poder amplificar nuestra perfomance (cada uno sabrá definir qué es adecuado, claro). Luego habrá otros aprendizajes más soft que también nos irán definiendo y enseñando (el ejemplo más común que nos repiten es “aprendé a decir NO”, como si fuera tan fácil).

A lo largo de los últimos 12 años me ha tocado aprender de una fauna super diversa de errores. Tengo que ser sincero, sé muy bien cómo arruinar un proyecto (lo he hecho tantas veces que siento que tengo algún tipo de vínculo con Edward Smith).

Aprender de esos errores tampoco es fácil ya que se convierte en un proceso interno y cada uno deberá lidiar con ello a su tiempo y con sus herramientas (las físicas y las emocionales), pero con la plasticidad suficiente para evitar quedarse fuera del mercado.

Hace no mucho leí una metáfora que me pareció muy acertada en cuanto a la dinámica de esta forma de trabajar (invita a considerarla como trabajo de agricultura, en donde se hace lo que haya que hacer, sin importar el momento del día), aunque también aprendí por las malas que es necesario poner algunos límites (la salud mental y física no se hipotecan, y si toca hacerlo, tiene que ser súper calculado).

Esto abre otra de las tantas puertas del ser freelancer: organización. La organización y el ser metódico es quizás de lo más complejo (mucho más que el trabajo técnico, en mi caso, que toque afrontar).

La comunicación es otra área particularmente ríspida (ni hablar del netiquette de cada caso).

El proceso de venta también está bajo tu paraguas (obvio, sos el que no tiene jefe) y como a todo, hay que dedicarle cierto tiempo de preparación ya que además de ser mínimamente agradable (me conformo con ser considerado tratable), vas a tener que saber bien lo que prometés, porque luego lo vas a tener que hacer (parece obvio, pero puede no serlo).

¿A quién no le pasó que en la venta sonaba como Goycochea atajando penales en Italia 90, pero al final no era más que el muñeco inflable del lavadero de autos?

Los aspectos legales y contables son todo un capítulo extra. Es tan complejo y discutido que se podría tener un blog sólo de esto (y al menos por estas latitudes, podrías publicar un post por día).

Y luego de todo esto, aún no me concentro en el trabajo específico, el cual puede ser de lo más variado.

¿Cuál es la libertad del freelancer entonces?

En mi caso, luego de mucho tiempo (esa maduración de la que hablaba al comienzo) pude encontrar un equilibrio en donde libertad significa que, respetando los horarios de reuniones o eventos específicos y trabajando con los deadlines, si puedo tener libertad de acción.

De esta forma, si en algún momento de la mañana o de la tarde (pensemos en el 9-to-5) necesito dedicarme a otra cosa, puedo hacerlo sin tener que dar demasiadas vueltas. De más está decir que si interrumpo una hora a mitad del día, mi jornada se ha de extender esa hora más (para cuando el trabajo lleva además un control de tiempo).

Este pequeño detalle se ha convertido para mí en la piedra angular de mi trabajo. Saber que existe una forma no traumática de acomodar mi día en base a mis necesidades personales y laborales.

Cabe aclarar también que no todo es instagrameable. Hay días que pueden tornarse realmente pesados.

Imaginá tu último peor día haciendo tu trabajo específico, y sumemos ahora: gestión de cliente, soporte, administración, compañeros de equipo, proveedores de servicio, etc.

En esos días es fácil sentir que tu mayor logro es no haber muerto. El segundo sentimiento es el de escape (tenés más ganas de salirte de todo esto que Michael Scofield de Prison Break).

Aún así, ser freelancer es una forma de trabajar que seguiría eligiendo (me cuesta imaginar que haya otra forma realmente, a pesar de sentir que la mitad del tiempo es como un Tinder pero sin fotos).

Créditos: la foto de portada pertenece a Mickey O’neil.